Un padre llevó a su hijo a pasar el verano en una finca en el campo.
El niño no sabía nada de nada de las tareas del campo. Acompañaba al capataz, que un día le
dijo que si quería le podía preparar un trocito de terreno para que plantase lo que él quisiese.
Al niño le pareció muy bien. El capataz le enseñó a plantar puerros y como regarlos.
El niño iba con su regla cada día y medía cuanto habían crecido. Se ponía contento de ver que
crecían.
Un día llovió mucho y el niño, viendo que la tierra estaba blanda, pensó: “Ya sé, voy a ayudar a
crecer los puerros”. Así que tiró de ellos un poquito hacia arriba. Y al día siguiente un poco
más.
El tercer día cuando se acercó a su plantación de puerros, todos estaban caídos y muertos.
El capataz le preguntó qué les había hecho, el niño contestó: “Sólo quería ayudarles a crecer”.