En una cueva vivía un anacoreta, estaba meditando todo el día. Un día vio que un zorro herido
se refugiaba en una cuevita próxima.
El anacoreta pensó, voy a ver como Dios se las apaña para que este zorro mutilado no muera
de hambre.
Al día siguiente un león grande y fiero cazó un ciervo justo enfrente de las dos cuevas.
El león comió todo lo que pudo, pero no se terminó el ciervo.
Luego el zorro mutilado, salió arrastrándose y comió. También escondió los restos para el día
siguiente.
¡Ah! Pensó el anacoreta, si Dios se toma tantas molestias por un zorro, por mí que soy un
hombre hecho a su semejanza, seguro que me ayudará más.
Se puso a meditar, al mediodía tenía hambre y nada había ocurrido. Pensó: “Dios me está
probando.” Y siguió meditando, cada vez con más hambre. Ya las tripas le crujían y nada
pasaba.
El hombre enfadado, le regaña a Dios: “¡Oye que tengo hambre! ¡Y al zorro le has ayudado!”
Entonces oyó una voz que le decía: “¿Sólo te ha fijado en el zorro? ¿No te has fijado en el
león?”